Por fin me he decidido a publicar en el blog uno de mis relatos. Se trata de “Al despertar”, un relato corto que he presentado a varios concursos, y nunca ha ganado nada. Primero fue a un certamen de cuentos cortos en el instituto. No era lo más apropiado. Ganó una tierna y dulce historia de amor, que yo tanto aborrezco. Después lo presenté a dos concursos de relatos en la red, y ha llegado a pasar algún corte, pero lo más que ha conseguido es estar entre los 10 finalistas en uno de ellos, pero bueno, me conformo. Este fue el primer relato corto que escribí, y hoy, por fin, lo comparto con vosotros, bajo el amparo de Creative commons, por supuesto. No os cortéis en críticas y comentarios crueles y despiadados, aunque si os gusta también lo podéis decir.
Abrí los ojos. Miré al techo. La lámpara seguía allí, aún no se había caído y en las paredes desconchadas de mi habitación se reflejaba la luz rosada del amanecer que penetraba a través de la persiana. Todo ésto me hizo comprender que me acababa de despertar y todo era como cualquier día, con la misma monotonía que ayer o anteayer. Una vez más, iba a comenzar el resto de mi vida, como lo hacemos cada día al despertar, sin darnos cuenta de la importancia que tiene.
Abrí los ojos. Miré al techo. La lámpara seguía allí, aún no se había caído y en las paredes desconchadas de mi habitación se reflejaba la luz rosada del amanecer que penetraba a través de la persiana. Todo ésto me hizo comprender que me acababa de despertar y todo era como cualquier día, con la misma monotonía que ayer o anteayer. Una vez más, iba a comenzar el resto de mi vida, como lo hacemos cada día al despertar, sin darnos cuenta de la importancia que tiene.
Todas las mañanas eran iguales, aunque precisamente aquella mañana había tenido el placer de ser despertado por una fina lluvia, que provocaba un colorido arco iris. Abrí los ojos con el sonido que hacen las gotas al chocar contra los cristales de la pequeña ventana del balcón, que pretendía alumbrar mi habitación, aún cuando el sol no aparecía; cuando la lluvia me fallaba, era despertado por el viento, que azotaba los cristales de la ventana de la escalera interior, y que podría llegar a ser un cuerpo irrompible con el paso del tiempo.
En aquel momento estaba tumbado plácidamente en la cama envuelto en una red de pereza que evitaba que me levantara para cumplir la rutina de cada día. Ya había amanecido, y ahora el viento aullaba y se esforzaba en lanzar la lluvia fuertemente contra la ventana, lo que provocaba un ruido ensordecedor. El profundo sueño que me envolvía y por supuesto esa deliciosa sensación de estar despierto con los ojos cerrados, hacían que aún no me hubiera levantado. Todavía yacía yo en mi lecho de somnolencia, cuando de pronto la lluvia cesó y el viento se calmó. En aquel instante todo rebosaba silencio, nada interrumpía mis pensamientos, sólo un repique lejano de campanas podía ser escuchado en mi habitación. Me encontraba entonces pensando en las cosas normales de una persona normal como yo, cuando llegó a mis oídos un sonido ahogado, rápido y monótono, que no era precisamente el de la lluvia, o el de un reloj. Comprobé también que no era el latir de mi incansable corazón, el que producía ese ruido tan extraño. Después de unos segundos escuchando y advirtiendo que ese sonido cada vez era más perceptible, y que no cesaba, y que era más y más intenso, me incorporé y salté de la cama.
Tal vez mi obsesión, o mi percepción desalentadora, habían conseguido que lo que en un principio era un extraño ruido se hubiera transformado en un estremecedor sonido que helaba hasta el tuétano de mis huesos. No sabía que hacer. Era un zumbido que estaba en mis oídos y poco a poco penetraba en mis sienes, y se desplazaba por mi cabeza para llegar al interior de mi mente, y quedarse ahí, y hacer que me estremeciera, y provocar que empezara a gritar, y que me tapara los oídos, en un intento de acabar con el zumbido. ¡Pero momento a momento el ruido aumentaba! Me puse nervioso. Las gotas de sudor que caían por mi frente se estaban convirtiendo ahora, en lágrimas que tímidamente brotaban de mis ojos, con un llanto entrecortado que ni siquiera mi persona oía, por el atronador estruendo que había en mi cabeza, desatado por ese sonido infernal. Mis manos comenzaron a temblar y a enrojecerse por la fuerza con que estaba presionando mis oídos, aunque no sirviera de nada.
Allí seguía yo, en medio de mi habitación, llorando de rabia e impotencia por no saber deshacerme de mi tormento, casi temblando, por el miedo a lo desconocido, y también por los escalofríos que me recorrían desde los pies al último pelo de mi cabeza. Me arrodillé; continuaba llorando, gritando y luchando por no escuchar, nada podía ir peor. Inmediatamente después de que esas palabras atravesaran mi pensamiento, una sensación extraña recorrió mi cuerpo, y sentí un aire frío en mi nuca, como si la presencia de una figura irreal hubiera soplado en mi cabeza. Me giré rápidamente intentando encontrar algo que me hiciera pensar que lo que sentí era verdad, pero no encontré nada. El ruido que estaba martirizando mi cabeza se mantenía ahí intentando enloquecerme aún más y desatando en mí una gran aflicción y desesperación a la cual no estaba dispuesto a acostumbrarme, pero ¿Qué podía hacer yo? Entonces decidí cerrar los ojos y tranquilizarme. Estaba muy cansado y fatigado por la constante lucha entre el ruido y yo, que todavía no había terminado. De repente y abandonando el deseo de tranquilizarme, me levanté del suelo, como arrebatado por un torbellino de inquietud, eché atrás el cuerpo cuanto pude para levantarme, traté de asirme al pomo de la puerta y dar voces para que me socorriesen, pero a la gente no le importaban mis lamentos ni acudían a mis gritos.
Tal vez mi obsesión, o mi percepción desalentadora, habían conseguido que lo que en un principio era un extraño ruido se hubiera transformado en un estremecedor sonido que helaba hasta el tuétano de mis huesos. No sabía que hacer. Era un zumbido que estaba en mis oídos y poco a poco penetraba en mis sienes, y se desplazaba por mi cabeza para llegar al interior de mi mente, y quedarse ahí, y hacer que me estremeciera, y provocar que empezara a gritar, y que me tapara los oídos, en un intento de acabar con el zumbido. ¡Pero momento a momento el ruido aumentaba! Me puse nervioso. Las gotas de sudor que caían por mi frente se estaban convirtiendo ahora, en lágrimas que tímidamente brotaban de mis ojos, con un llanto entrecortado que ni siquiera mi persona oía, por el atronador estruendo que había en mi cabeza, desatado por ese sonido infernal. Mis manos comenzaron a temblar y a enrojecerse por la fuerza con que estaba presionando mis oídos, aunque no sirviera de nada.
Allí seguía yo, en medio de mi habitación, llorando de rabia e impotencia por no saber deshacerme de mi tormento, casi temblando, por el miedo a lo desconocido, y también por los escalofríos que me recorrían desde los pies al último pelo de mi cabeza. Me arrodillé; continuaba llorando, gritando y luchando por no escuchar, nada podía ir peor. Inmediatamente después de que esas palabras atravesaran mi pensamiento, una sensación extraña recorrió mi cuerpo, y sentí un aire frío en mi nuca, como si la presencia de una figura irreal hubiera soplado en mi cabeza. Me giré rápidamente intentando encontrar algo que me hiciera pensar que lo que sentí era verdad, pero no encontré nada. El ruido que estaba martirizando mi cabeza se mantenía ahí intentando enloquecerme aún más y desatando en mí una gran aflicción y desesperación a la cual no estaba dispuesto a acostumbrarme, pero ¿Qué podía hacer yo? Entonces decidí cerrar los ojos y tranquilizarme. Estaba muy cansado y fatigado por la constante lucha entre el ruido y yo, que todavía no había terminado. De repente y abandonando el deseo de tranquilizarme, me levanté del suelo, como arrebatado por un torbellino de inquietud, eché atrás el cuerpo cuanto pude para levantarme, traté de asirme al pomo de la puerta y dar voces para que me socorriesen, pero a la gente no le importaban mis lamentos ni acudían a mis gritos.
Entré en la habitación y tapándome los oídos, cerré los ojos de nuevo; intenté no pensar en nada aunque me fuera difícil, por no decir imposible. Esta vez pretendía olvidarme de ese ruido que llevaba ya un rato en mi cabeza, cosa que no pude lograr, ni siquiera durante un mísero segundo, porque seguía en mi y no paraba de martillar en mis sienes.
Ya no podía soportarlo más; necesitaba paz dentro de mí, pero lo que ahora allí se encontraba se parecía más a un huracán que se acababa de desatar. Estaba cansado de mirar alrededor en busca de una posible solución, que no había encontrado; pero el fruto de la casualidad apareció en mi mente ese día, e hizo que mis ojos se detuvieran en los sucios cristales del balcón. Fue entonces cuando surgió en lo más profundo de mi conciencia una voz, la cual yo no quería escuchar, me negaba si quiera a pensar lo que me estaba diciendo; pero en ese instante esa voz era más fuerte que yo y me obligaba a moverme, y me empujaba hacia el balcón. Yo no quería, pero al final paso a paso, luchando por que mis piernas no se movieran, llegué al balcón. Mis manos comenzaron a despegarse de mis oídos y poseídas por esa voz contraria a mi conciencia, que estaba dominando mi ser por momentos, subieron la persiana y abrieron los ventanales del balcón, no sin antes escuchar el chirrido de las antiguas bisagras que lo sostenían. Sin quererlo ya estaba fuera, todavía escuchando el infernal sonido que me había llevado a aquella situación. Mis piernas, aquéllas que no entendían mis órdenes, siguieron actuando por si mismas y yo intentando evitar lo que estaban haciendo, pero no podía. Entonces me contuve y permanecí callado. Apenas si respiraba por el terror mortal que surgía dentro de mí y pensaba por qué me ocurría aquello; todo era como una pesadilla espeluznante de la que no me podía despertar. Después de estos pensamientos ya me encontraba subido a los oxidados hierros que servían de barandilla. Miré abajo; quedarían unos cuarenta metros para llegar al suelo, demasiado para alguien que tenía vértigo como yo. Todo lo que sucediera ahora era irremediable; yo lo había intentado todo para deshacerme de algo que ya no sé como llamar, un ruido, un zumbido, que me acompañaba desde que me desperté, el que iba a ser mi último despertar. En ese momento mis pies se desprendieron del balcón y en un irrefrenable ataque de locura mi cuerpo saltó, sin tener en cuenta mi opinión, decidió terminar con el sufrimiento que a él también angustiaba.
Estaba cayendo, y el sonido por el que estaba yo allí, iba desapareciendo a medida que descendía. Me preguntaba porque había sucedido todo, para al final concederme ese bálsamo de tranquilidad antes de la muerte, no tenía sentido. Ahora ya no se escuchaba nada, sólo había paz en mí, pero era demasiado tarde para disfrutar de esa paz. Únicamente quedaban un par de metros para llegar al suelo y acabar con todo, cuando de pronto comenzaron a pasar por delante de mis ojos muchos momentos de mi vida, que incluso yo pensaba que ya había olvidado; pero no, hay cosas que no se olvidan, que se quedan en un pequeño rincón de la memoria durante toda la vida, hasta que llegada la hora, cuando casi he alcanzado el final, lo recuerdo todo, como si fuera un dulce caramelo que me deja buen sabor de boca. Todo está acabando, no queda nada para despedirme, sólo los centímetros finales que pasaron muy lentamente; jamás pensé que se alargarían tanto los últimos segundos de mi vida, pero me acercaba, me estaba acercando más y más, cada vez más, podía ver el suelo a un palmo de mi frente, hasta que al final... todo terminó.
Abrí los ojos. Miré al techo. La lámpara seguía allí, aún no se había caído y en las paredes desconchadas de mi habitación se reflejaba la luz rosada del amanecer que penetraba a través de la persiana. Todo ésto me hizo comprender que me acababa de despertar.
Ya no podía soportarlo más; necesitaba paz dentro de mí, pero lo que ahora allí se encontraba se parecía más a un huracán que se acababa de desatar. Estaba cansado de mirar alrededor en busca de una posible solución, que no había encontrado; pero el fruto de la casualidad apareció en mi mente ese día, e hizo que mis ojos se detuvieran en los sucios cristales del balcón. Fue entonces cuando surgió en lo más profundo de mi conciencia una voz, la cual yo no quería escuchar, me negaba si quiera a pensar lo que me estaba diciendo; pero en ese instante esa voz era más fuerte que yo y me obligaba a moverme, y me empujaba hacia el balcón. Yo no quería, pero al final paso a paso, luchando por que mis piernas no se movieran, llegué al balcón. Mis manos comenzaron a despegarse de mis oídos y poseídas por esa voz contraria a mi conciencia, que estaba dominando mi ser por momentos, subieron la persiana y abrieron los ventanales del balcón, no sin antes escuchar el chirrido de las antiguas bisagras que lo sostenían. Sin quererlo ya estaba fuera, todavía escuchando el infernal sonido que me había llevado a aquella situación. Mis piernas, aquéllas que no entendían mis órdenes, siguieron actuando por si mismas y yo intentando evitar lo que estaban haciendo, pero no podía. Entonces me contuve y permanecí callado. Apenas si respiraba por el terror mortal que surgía dentro de mí y pensaba por qué me ocurría aquello; todo era como una pesadilla espeluznante de la que no me podía despertar. Después de estos pensamientos ya me encontraba subido a los oxidados hierros que servían de barandilla. Miré abajo; quedarían unos cuarenta metros para llegar al suelo, demasiado para alguien que tenía vértigo como yo. Todo lo que sucediera ahora era irremediable; yo lo había intentado todo para deshacerme de algo que ya no sé como llamar, un ruido, un zumbido, que me acompañaba desde que me desperté, el que iba a ser mi último despertar. En ese momento mis pies se desprendieron del balcón y en un irrefrenable ataque de locura mi cuerpo saltó, sin tener en cuenta mi opinión, decidió terminar con el sufrimiento que a él también angustiaba.
Estaba cayendo, y el sonido por el que estaba yo allí, iba desapareciendo a medida que descendía. Me preguntaba porque había sucedido todo, para al final concederme ese bálsamo de tranquilidad antes de la muerte, no tenía sentido. Ahora ya no se escuchaba nada, sólo había paz en mí, pero era demasiado tarde para disfrutar de esa paz. Únicamente quedaban un par de metros para llegar al suelo y acabar con todo, cuando de pronto comenzaron a pasar por delante de mis ojos muchos momentos de mi vida, que incluso yo pensaba que ya había olvidado; pero no, hay cosas que no se olvidan, que se quedan en un pequeño rincón de la memoria durante toda la vida, hasta que llegada la hora, cuando casi he alcanzado el final, lo recuerdo todo, como si fuera un dulce caramelo que me deja buen sabor de boca. Todo está acabando, no queda nada para despedirme, sólo los centímetros finales que pasaron muy lentamente; jamás pensé que se alargarían tanto los últimos segundos de mi vida, pero me acercaba, me estaba acercando más y más, cada vez más, podía ver el suelo a un palmo de mi frente, hasta que al final... todo terminó.
Abrí los ojos. Miré al techo. La lámpara seguía allí, aún no se había caído y en las paredes desconchadas de mi habitación se reflejaba la luz rosada del amanecer que penetraba a través de la persiana. Todo ésto me hizo comprender que me acababa de despertar.
7 comentarios:
Pues querido... me ha gustado... decirte que al llegar al penúltimo párrafo casi me quedo sin aliente... como que me ha parecido que mi respiración se volvía más lenta...
Me ha gustado... yo no lo dejarí aquí... vamos a ver quiero decir que hay infinidad de concursos literarios, aunque sean de pueblo y que puedes presentarlo por si acaso...
medita sobre ello... no desesperes...
besitos guapo!!!
Que agobio...lo trasmites bien ;)
No desanimes..los concursos literarios son cuestión de pura suerte ;)
Un besazo!
Qué bonito es soñar, aunque a veces eso suponga tener pesadillas de ese calibre. Lo hermoso está en el despertar y comprobar que nada es cierto, que todo sigue igual, con su rutina, su monótona rutina vital.
Crítica: en algunos momentos, la descripción se va un poco, pero los compensas con los instantes de angustia. Casi me dan ganas de empujarlo yo por el balcón para acabar con su sufrimiento. Besos.
Me recuerda a mi "Confessions..." jejeje, me ha gustado, el final tal vez predecible, pero necesario al fin y al cabo. Por ponerle un pero, un poco largo para lo que cuenta, aunque igual eran cosas del formato de algún concurso. :P
me ha gustado, si! La verdad es que al final, ya intuyes lo que va a pasar, pero el final, aun asi, perfecto!
aver si nos vas enseñando mas!
bsssssssss
me alegro que os haya gustado... la verdad es que ya tiene añitos el relato... pero bueno al ser el primero, siempre le he tenido un cariño especial...
ahhhh! X, y sí, tienes razon... hay ciertas descripciones, o momentos que podian ser prescindibles perfectamente, pero me vi obligado a alargar algunos parrafos debido a exigencias de extension del primer concurso al que lo presente.
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