Jardín botánico atlántico

El sábado 19 de enero, tuve la fortuna de hacer una visita al Jardín botánico del atlántico, y sinceramente, es todo un descubrimiento. Muy recomendable para todo aquel que disfrute con las plantas y la botánica, o para los que les gusta estar conectado con la naturaleza, con el incomparable marco de fondo de la Universidad laboral de Gijón.

Partimos pensando que era un viaje a gastos pagados, pero cuando llegamos nos llevamos la primera sorpresa del día. Resultó ser, que el departamento de botánica de la universidad sólo se hacia cargo del viaje, pero la entrada al Jardín corría por nuestra cuenta. Al final no fue para tanto, porque con la tarifa juvenil nos quedó un buen precio.

Bueno, pues ya estábamos allí. Nos recibieron como los visitantes “vips” del Jardín, aunque también es cierto que al principio éramos los únicos visitantes, y nos explicaron un poco el funcionamiento del Jardín. Nos advirtieron de que unos futuros ambientalistas como nosotros, no sólo tienen que fijarse en las plantas su taxonomía y su belleza (que también) sino que tenemos que hacernos una idea global del uso científico de estos jardines, su importancia como tal, y de todo aquello relacionado con las gestión de los recursos.

La visita fue larga, pero muy atractiva y en algunos momentos, bucólica. El Jardín botánico atlántico, es el más grande de cuantos hay en España, y está estructurado en cuatro zonas principales: El entorno cantábrico, que intenta dar a conocer las particularidades del atlántico cantábrico; la factoría vegetal, representa la gran “fabrica de la naturaleza” y en ella se encuentra una muestra de todos los cultivos del viejo mundo y del nuevo mundo, sus singularidades y utilidades; el jardín de la isla, que es la parte más ornamental, con un bellísimo jardín romántico restaurado, que conserva la mayor parte de las originalidades del primitivo, y con especies ornamentales de todas las partes del mundo y una singular colección de bonsáis. Y por último, el itinerario atlántico, que es la parte más salvaje del Jardín, con bosques en estado seminatural: hayedos, robledales o la Carbayeda de Tragamón, esta última declarada monumento natural, con la peculiaridad de ser adehesada, cosa poco común tratándose del Carbayo. Además hay una zona dedicada a la museografía muy interesante y didáctica, integrada en una antigua casa típica asturiana con el hórreo, que no podía faltar…

Finalmente, nosotros pudimos visitar toda la zona de acceso restringido del parque, como bien decíamos, “la cara oculta del Jardín botánico”; ya que no es una mera exposición taxonómica, sino que conlleva mucho más. No sólo se conserva in vivo la flora autóctona y alóctona, sino que se lleva a cabo una conservación genética en el banco de germoplasma, que en la actualidad cuenta con unas 600 accesiones. Además cuentan con un importante herbario, con algunos ejemplares de siglos de antigüedad, gracias a varias donaciones.
Pudimos ver también la zona de invernaderos, donde se preparan las plantas, y se trabaja en el desarrollo y crecimiento para la posterior implantación en la parte pública del Jardín. Este “lado oscuro”, evidentemente no está expuesto al público, pero alguna ventaja teníamos que tener…

En definitiva, fue una grata visita, y estuvimos unas seis horas para poder verlo todo, sin profundizar demasiado, porque sino es imposible. Reitero, que a todos los que os paséis por Gijón y no sepáis en que emplear la tarde, es una muy buena opción. Eso sí, es mejor ir en primavera o verano, porque en pleno invierno, es difícil disfrutar de la vegetación en su máximo esplendor. Pero en nuestro caso era ésto, o nada: habrá que conformarse…